Lo que nos sucederá en el futuro es impredecible. Poco importan nuestros deseos. Un día nos acoge como si nos hubiera amado siempre y otro no sólo nos desprecia sino que se vuelve contra nosotros para hundirnos en el dolor más acerbo o en la aciaga frustración de nuestras ambiciones más legítimas.
Así esperar el futuro se torna en una auto tortura tan diabólica que metamorfosea nuestros desencantos, empujándonos a querer abrazar a un fantasma. Y en este aterrador presente nosotros únicamente sabemos de él, o sea de ese futuro que nos aguarda, que éste encierra la incógnita de nuestra muerte.